Dominica Sánchez: hacer visible lo invisible
A raíz de la vivencia existencial
y vital de la etapa informalista, momento en el que tiende a desarrollar el
gesto y a resolver el cuadro desde la reducción del color, progresivamente, la
obra de Dominica Sánchez –ya sea dibujística o escultórica- se ha centrado en
la exploración de la austeridad. Con una trayectoria casi silenciosa y en
solitario, desarrollada a través de un lenguaje estrictamente abstracto, ha
llevado a cabo un meditado ejercicio de concisión y laconismo de un grado
refinadísimo, siempre basado en el descubrimiento y la variación de las formas
y con una obsesión recurrente en la línea.
Es evidente que no hay
referentes reales en su obra, aunque la interpretación subjetiva de las
sensaciones que la artista siente delante de la contemplación de la naturaleza
permanecen reflejadas con una contundencia, con una audacia y con una sobriedad
de recursos que no esconden, pero, en ningún momento la vertiente
introspectiva. Sus escenarios, de un riguroso orden arquitectónico, constatan,
pero, el nexo que se establece entre el ser y el entorno. La radical obra de
Dominica Sánchez es la de una artista que ha ido depurando sin prisa su
lenguaje sin dejarse influenciar por las tendencias que han surgido en el
panorama artístico. Ha hecho de las autoexigencias no una restricción, un
conformismo o una rutina, sino todo lo contrario, ha conseguido una creación
personalisísima de una gran unidad interna y una sugestiva aportación estética
a la plástica actual. Sus paisajes mentales son el resultado de un arduo
proceso lleno de exigencias internas, cuestionamientos, planteamientos y retos
personales que se convierten en el espejo sobre el cual se reflejan los puntos
más vitales de su yo.
Prescindiendo de todo
aquello accesorio y con sólo la forma absoluta, nos ofrece lo esencial en su
pura universalidad. Una abstracción lírica que, lejos de la inexpresiva y fría
especulación formal, nos da a conocer la parte más íntima del ser a través, por
ejemplo, de la vaporosidad de las transparencias, las organizaciones
estabilizadoras, las estructuras desequilibradoras, los imprevistos
desplazamientos, las repentinas rupturas, la dureza de los negros, la
contundencia de un rojo, la pureza de los blancos o la valoración de los vacíos.
El interés por la leyes naturales, en la creación de espacios sonoros y
psíquicos, la llevan a un constructivismo, a través del cual investiga la
captación de la euritmia del mundo. La voluntad de perfección, el rigor de la
composición, y la ejecución impecable son la clave para conseguir la noción de
la substancia primera.
En un segundo estadio,
va dejando de lado la pintura para centrarse en el dibujo; medio de expresión
inmediato que se adapta de una forma versátil al creador para traducir espontáneamente
pensamientos, entusiasmos, incertezas o análisis. En el dibujo, la materia es
tan breve que no permite ocultar nada; se manifiesta desnudo mostrando su
anatomía, sin ningún tipo de vestimenta que cubra la estructura. La presencia
del dibujo –ha escrito María Zambrano- “... de tan pura, limita, con la ausencia”.
Y es que el dibujo posee el signo de la eliminación, de la supresión, ya que el
contorno –en el dibujo- es fruto de una operación de exclusiones y de
abandonos. Por eso, su substancia es delicada, intangible, etérea, casi
inmaterial. Pero, el deseo de traspasar la experiencia bidimensional conduce a
Dominica Sánchez a desplegar y expandir las formas en dibujos en el espacio,
que materializa en hierro pintado. Recorta con tijeras dibujos trazados sobre
papel –hechos de estructuras primarias y formas elementales- que va doblando y
construyendo hasta pasar de la línea al plano para conseguir, finalmente,
dotarlos de volumen y corporeidad. A pesar de contar con la herramienta
tridimensional, sigue entendiendo el dibujo como vehículo de su pensamiento ya
que considera que constituye la base insubstituible del momento más
extraordinario del trabajo del artista: el acto creativo. Porque, en
definitiva, el dibujo es la manifestación que hace visible la libertad.
La gran característica de la obra de ésta artista ha sido
y es, la de crear la esencia, mediante una poética de mínimos, con una total
sobriedad y aspereza. Este proceso reduccionista afecta también al color que se
ve enmarcado en la monocromía o el contraste minimizado que lucha entre lo
mental y lo sensual, entre la racionalidad y la emoción en un auténtico
equilibrio de bipolaridades. Estos encuentros entre contrarios que provocan
tensión se da como contrapunto de opuestos a muchos niveles: lleno y vacío,
recto y curvo, transparente y opaco, luz y oscuridad... conviven en una
magnífica harmonía de reflexión. Rigor y expansión, análisis y sentimiento,
fluidez y estatismo, ocultación y descubrimiento... se equilibran perfectamente
en un juego de vibraciones.
La estructura que fluye
por sus manos recorre el orden de todo aquello existente hasta encontrar su
sintonía. Unas energías presentes de forma articulada que acceden a la
complejidad de aquello simple y esencial. Siempre coherente, su producción pasa
por diferentes series formales en continua transformación, en las que el
protagonismo recae en la línea; en aquella “línea que sueña”; una línea que,
según Paul Klee, puede hacer visible lo invisible.
Conxita Oliver
Miembro de la Asociación
Catalana de Críticos de Arte
Fotos by Tata Ataneli
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